jueves, 26 de noviembre de 2009

Somos el reflejo de mil espejos rotos.

La libertad es paradójica porque ya el mismo concepto encierra una propiedad: la de la vida misma. Y como cualquier propiedad establecida como ficción social, la propiedad de la vida sienta un límite. Y el límite es corpóreo, se escribe contorneando a cada individuo, espejo del irreductible abismo que nos separa de otros seres. ¿Puede ser la autonomía una forma de ser social? ¿Puede la autonomía no construirse a partir del límite individual, sino a través del relacionamiento? Para Occidente, la autonomía no es más que la expresión última de la praxis de la negatividad: la economía trata de asignar sus recursos escasos en función de necesidades infinitas; el psicoanálisis se estimula con el deseo, motor de la conciencia humana: el deseo, una vez más, recae en aquello que queremos y no tenemos. Se trata de la búsqueda permamente de saciar por fuera -en la periferia, dicho sea de paso- lo que no se ecnuentra por dentro -el centro mismo. Y en dónde se fundamenta el orden de lo negativo? en dónde se localiza su orígen? bien podría situarse en el umbral de la historia. En tanto ha existido el poder, se han forjado luchas que anhelan su conquista. Sin embargo, esta conquista, le pertenece a unos pocos: los vencedores, aquellos que tienden su victoriosa mano para escribir la historia de los buenos y de los malos. Es así como el occidente ha encarnado un ideal de historia que se inscribe en un marco teleológico. Es el occidente, quien se ha encargado de traer a lugares recónditos la igualdad, la fraternidad, y la libertad... los valores más burgueses y de mierda del mundo. Bajo este marco, el mundo antiguo, el mundo romano, el mundo medieval, el mundo renacentista, el mundo iluminista, incluso el mundo romántico han desfilado por una línea ya delineada, que los conduce hacia el inevitable progreso. La sociedad de la civilización se ha encargado de escribir una historia en la cual la virtud es el orden fundante del progreso bajo un implícito propósito moral.
Como vencedores, han podido así escribir una historia que los define como centro civilizador ante la alteridad. y qué tal si es ese mismísimo afuera aquel que te constituye como un uno corpóreo? Si aquello que refleja la imagen total del occidente es un espejo roto en mil pedazos? El yo se define a partir de las sociedades sin estado, las sociedades sin moneda, los cuerpos sociales sin progreso. Su orden mítico se define a partir de la negatividad respecto de lo no-occidental. Así es como la negatividad erige y encarna un proceso civilizador que conduce a un mundo subyugado al modo de producción y reproducción de sociedad capitalista.


Y volviendo un poco al principio... Voloschinov argumenta que la arena de la lucha de clases se cierne sobre el lenguaje, y sus multifacéticos significados: paradójica situación aquella que posiciona el objeto de lucha del anarquismo y el objeto de lucha del liberalismo bajo el mismísimo concepto de libertad, ¿no?

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